En el primer momento, el amado es alguien maravilloso, no tiene defectos, nadie es mejor que él, esta terriblemente idealizado, casi endiosado. El amado se ve engrandecido y en cambio uno se va empequeñeciendo, hasta que el punto tal de no poder entender cómo alguien tan perfecto se ha fijado en uno.
En el segundo momento comenzamos a percibir algunas imperfecciones en la persona amada. Vemos que ante determinadas situaciones su carácter no es el mejor, que en algunas cosas se equivoca, y esos rasgos, que ya están pero que el enamoramientos nos impedía percibir, nos producen pena y desilusión y así como en el primer momento ya queríamos casarnos y estar juntos para toda la vida, en este segundo momentos es probable que queramos que se vaya para siempre.
-Entonces, ¿Qué se debe hacer?
-Reconocer que ambos momentos son engañosos, y que ninguno de los dos es amor.
-¿Y qué es el amor, entonces?
-El amor sería un tercer momento en el cual vemos al otro como es. Ni tan idealizado ni tan degradado. No es ni Dios ni el demonio. Disfrutamos de sus virtudes y aceptamos sus faltas. Y a pesar de ellas lo aceptamos y podemos ser felices a su lado. Recién ahí podemos hablar de amor maduro con posibilidades de proyectarse de una manera sana. Porque la clave del amor, como me dijo una vez mi analista, está en reconocer los defectos del otro y preguntarse sinceramente si uno puede tolerarlos sin estar todo el tiempo protestando, y ser felices a pesar de ellos.
Historias de diván - Gabriel Rolón.
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